“Yo estoy convencido de que la puerta del Planalto fue abierta para permitir que la gente entre fácilmente. Vean que la puerta de entrada no fue quebrada, o sea que alguien facilitó la entrada de ellos”.

Así analiza -con crudeza y desconfianza- el flamante presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, para luego afinar la puntería y precisar: “hubo mucha gente de las Fuerzas Armadas que estaba aquí adentro del Planalto que fue connivente con ellos (el grupo bolsonarista que atacó la Casa de Gobierno)”.

Con estas frases Lula pasa a la ofensiva, en el inicio de su tercer mandato como presidente de la primera economía de Sudamérica,  luego de que un turba de manifestantes (que defienden la tesis del ex presidente Jair Bolsonaro de un supuesto fraude electoral) tomara por asalto los edificios que albergan las sedes de los principales órganos de gobierno.

Unos días después, destituyó al comandante del ejército, Julio César de Arruda, quien había asumido el cargo de manera interina en diciembre cuando aún el ultraderechista Jair Bolsonaro ocupaba la presidencia.

Antes de destituir al general Arruda, Lula se había reunido en el Palacio Planalto con la cúpula del ejército brasileño y con su Ministro de Defensa, José Múcio.

Al finalizar la reunión los militares se negaron a ofrecer declaraciones sobre lo conversado y el Ministro de Defensa, José Múcio, aseguró que no hubo compromiso militar en el asalto a los edificios del Congreso, el Superior Tribunal Federal (sede de la Justicia) y al Palacio Planalto, sede del poder político.

Mantener a los militares alineados a la Constitución es, por ahora, el mayor desafío para Lula da Silva quien inicia su nuevo gobierno tras una epopeya política que lo catapultó desde la cárcel a la casa de gobierno en Brasilia.

El segundo desafío, es un tema que atraviesa a Brasil de norte a sur, la profunda polarización que existe. Unir a un Brasil dividido entre quienes apoyan fervientemente al expresidente Jair Bolsonaro y quienes buscan la continuidad del proyecto político del Partido de los Trabajadores.

Una tarea gigantesca si se toma en cuenta que la polarización es el rasgo principal de la política en buena parte de los países en América y Europa.

La agenda de lanzamiento del nuevo presidente carioca es ambiciosa: la lucha contra el hambre (Brasil tiene un 29,4% de su población por debajo de la linea de pobreza según datos del Instituto Brasileño de Geografía y Estadísticas (IBGE), el derecho a la sanidad pública y el retorno a una Amazonía sostenible (solo en 2021 se perdieron casi 2 millones de bosque primario según datos del Proyecto de Monitoreo de la Amazonía Andina (MAAP),).

Y por si fuera poco, durante los encuentros bilaterales con el grupo de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), Lula planteó crear una moneda común entre Brasil y Argentina, que podría llamarse “Sur”.

“Pretendemos superar las barreras a nuestros intercambios, simplificar y modernizar las reglas e incentivar el uso de monedas locales” destacaron Da Silva y Fernández en una declaración conjunta.

Brasil arde asechado por los golpistas, Lula regresa al poder justo cuando el péndulo político de Sudamérica vuelve a girar a la izquierda con presidentes de corte progresista en Chile, Argentina, Colombia y Bolivia.