Tiene casi 70 años de estar en el mar, capacidad para 1.300 tripulantes, desplaza 27.000 toneladas y está a punto de desintegrarse en medio del océano por falta de mantenimiento. Los 265 metros de su casco están repletos de materiales tóxicos y desde hace cinco meses navega sin rumbo por el Atlántico, como un leproso en el exilio, ya que ningún puerto del mundo le permite acercarse. 

Es el portaaviones São Paulo y, aunque parezca inverosímil, la armada brasileña planea hundirlo a cañonazos en medio del océano (con toda su mortífera carga a bordo), a 350 kilómetros de la costa brasileña, en una zona en donde el lecho marino está a 5.000 metros de profundidad.

El São Paulo es un portaaviones de clase Clemenceau, fue construido por Francia que lo bautizó como el FS Foch (en honor a Ferdinand Foch, héroe de la batalla del Marne durante la Primera Guerra Mundial) y la armada carioca lo compró en $12 millones durante un extrañísimo negocio, ya que luego de 13 años casi nunca lo navegó.

Antes de convertirse en un paria marino a punto de apestar el océano, el São Paulo tuvo una vida repleta de guerras y aventuras. Fue parte de los primeros experimentos de Francia con explosiones nucleares sobre los atolones del Pacifico, estuvo en servicio durante la guerra civil del Líbano, en la Guerra del Golfo, en la antigua Yugoslavia (hoy Bosnia Herzegovina, Croacia, Eslovenia, Montenegro, Serbia y Macedonia del Norte) y en África.

La debacle de este “paquete tóxico de  30.000 toneladas” -como lo definió la ONG anti bélica francesa Robin des Bois- comenzó cuando, en 2021,la compañía turca Sok Denizcilik compró la nave en una subasta con la intención de reciclar y vender los metales no tóxicos que constituyen el barco.

Sin embargo, una inspección reveló que la nave contenía al menos 10 toneladas de asbesto, un material que antiguamente se utilizaba como retardante del fuego y que luego se descubrió como una sustancia altamente cancerígena.

Las autoridades francesas declararon luego que en realidad el barco contenía una carga de 45 toneladas de asbesto y pinturas contaminantes.

Durante una inspección, la compañía noruega Greg Green elaboró un inventario de materiales peligrosos a bordo y halló compartimientos y espacios sellados que podían elevar incluso más allá de lo previsto la cantidad de materiales tóxicos en el antiguo portaaviones.

Para el proyecto de desguace y venta de los metales no tóxicos el Sao Paulo fue remolcado por otra nave a través del Atlántico rumbo a Turquía pero, al llegar a Gibraltar en la costa sur de España, la empresa que iba a desguazarlo, pidió a la armada brasileña un nuevo inventario de los materiales peligrosos a bordo y como la respuesta no les pareció convincente, cancelaron su permiso de ingreso.

A partir de ahí el Sao Paulo se convirtió en un fantasma flotante incómodo y peligroso. Ningún puerto del mundo, ni siquiera los brasileños, autorizó su amarre.  

Los dueños del barco detectaron daños en el casco y la gigantesca nave está a punto de naufragar por falta de mantenimiento. Las autoridades de la marina brasileña, temiendo que el buque se hundiera cerca de la costa y provocase un desastre ambiental ordenaron remolcarlo 320 kilómetros mar adentro a la espera del cañonazo final.

El Instituto Brasileño de Medio Ambiente (IBAMA) declaró ante una consulta de The New York Times que las substancias químicas que transporta el barco podrían causar daños en la capa de ozono, muerte de fauna marina y afectar la biodiversidad marina en la zona del futuro hundimiento.             

La decisión de la Marina brasileña fue calificada por organizaciones ecologistas como  Basel Action Network de “irracional e inexplicable”.

Sin embargo, todo parece indicar que el destino final del Sao Paulo y sus toneladas de agentes cancerígenos será -sin ninguna contención o protección al derrame- el fondo del océano Atlántico.    

Fuente: Agencias